La semana pasada hice un viaje relámpago a Pamplona; fueron casi 24 horas pero intenté aprovechar el tiempo libre que me dejaron las obligaciones que debía cumplir.
No había visitado nunca esta ciudad y me gustó mucho aunque dudo que consiguiera adaptarme a vivir allí; no sabría explicar el por qué. Por otro lado, he vuelto enamorada de los pamploneses y las pamplonesas. Ha sido magnífica la interacción con todas las personas con las que he tenido ocasión de hablar. Qué amabilidad, qué ternura, qué trato más agradable, sencillo y abierto. Un gustico, como dirían ellos.
Al igual que muchos turistas, hice el recorrido de los encierros de San Fermín; comencé bajo la hornacina de San Fermín, exactamente en la calle donde los corredores cantan a su patrón, rogándole protección minutos antes de que se lance el cohete que avisa de la salida de los morlacos. Paseé por la calle Estafeta y la famosa curva de Mercaderes hasta el final del recorrido en la plaza de toros. Intenté imaginarme aquellas callejuelas repletas de mozos y con la tensión que se debe masticar en el ambiente.
Poco después disfruté de la belleza de la plaza del Castillo desde el café Iruña y justo al lado de El Rincón de Hemingway. Dos sitios llenos de sabor y autenticidad.
Me encantó el estilo Art Nouveau de los balcones del Nuevo Casino Eslava y disfruté de los pintxos del bar Txoko, uuuummmmm, ¡¡qué placer culinario!!!. Como era de esperar, la gastronomía de esta tierra es una de sus mejores señas de identidad.
Besos riau riau
Besos riau riau
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